Eran las diez
de la mañana y ya nos íbamos con el coche cargado al pueblo de mi madre, a ver
a los abuelos. Estoy remontándome a los veranos de los años
setenta, cuando la familia iba junta de viaje. Éramos
pequeños y en aquel Renault 12 cada verano comenzaba la odisea que suponía
viajar desde Sevilla a Úbeda, recuerdos entrañables vividos en casitas
alquiladas por mis padres y unos amigos que nos llevaron hasta Tíscar, otro lugar
de la Sierra que se halla en la misma provincia de Jaén.
Recuerdo el particular olor
a alpechin o jamila que impregnaba el aire.
El piso de los abuelos conformaba junto a las de los vecinos,
un núcleo de casas, que tenía un patio en el centro, donde los niños nos
juntábamos para jugar y los mayores, sacaban sus sillas y en corrillos
charlaban.
Tengo un recuerdo entrañable de aquellos veranos y del sitio
de Tíscar donde podíamos estar en la calle hasta altas horas. Por la
mañana tomaba el desayuno típico de la zona, una tostada untada en ajo y bien
aliñada con aceite de oliva, estaba riquísimo. Los abuelos tenían sus
propios olivos, y a cada visita nos llevábamos para casa el coche repleto de
aceite de la cooperativa. Tiempos vividos y repartidos en casa con los abuelos y mis
primos tanto en la “La Colonia del Carmen” En Úbeda, como en el chalé de
la palmera en Jaén “Villa Consejo”.
Ahora el recuerdo se ha vuelto agradable, hasta
nos reímos al recordarlo, pero en aquellos días lo peor de las salidas era el
viaje del coche porque nos mareábamos los cuatro hermanos. Mi madre
previsora nos daba una bolsa de papel a cada uno, bolsas que traía de sus
viajes en avión a Italia u otros lugares de Europa, que con los años los
haríamos mi hermano pequeño y yo. ¡Ay qué recuerdos, “Esos viajes por
Europa”!.
Papá por intentar hacernos llevadero el día de
viaje, buscaba lugares donde hacer paradas, descansos que agradecíamos y que
nos encantaban. Él las llamaba "raspitas" y consistían en
desviarnos del camino para visitar un castillo, o pasar por un pueblo
a degustar los dulces típicos de la zona. Así, íbamos de castillo en castillo,
explorando el recinto. Y tras varias “raspitas”, según nos sintiésemos, por fin
llegábamos a la casa de veraneo donde lo pasábamos pipa con los amigos, los
primos y donde jamás podía faltar para desayunar una tostada de pan con aceite
de oliva.
Quién me iba a decir, que años más tarde, me vendría aquí a vivir, que nos trasladaríamos poco
a poco parte de la familia a Úbeda. Trabajaría con mi hermana y
nuestros padres vendrían al año siguiente a vivir a Úbeda desde Sevilla.
Volver a los orígenes es
una sensación única. Úbeda tiene un tamaño ideal para vivir, puedes recorrerla
andando, con la Sierra de Cazorla y las Villas muy cerca, que es una
maravilla.
Al principio de instalarme solía ir con un amigo de
acampada unos días en verano y a los diez años repetimos, pero esta vez a
unos apartamentos también con piscina. Los dueños de los apartamentos, un
matrimonio amigo, nos llevaron de excursión a la “Cerrada de Elías”,
a la serrería de Vadillo y al parque cinegético. Fue muy bonito, los animales
se acercaban al tren y los veía de cerca, casi los
podías tocar.
En otra ocasión, le pedí a este amigo que me
llevara a Tíscar y rememorar mi infancia, visitamos la Cueva del
Agua, pero ya no me pareció igual.
Tengo muchos recuerdos de la provincia de Jaén,
quién me iba decir a mí que acabaría viviendo aquí. Otro lugar mejor no
podía ser, echo de menos Sevilla, pero aquí me siento bien,
he hecho unos amigos entrañables y he descubierto mi pasión, la pintura, porque escribir,
escribo desde niña.
Desde luego, esta provincia me ha marcado y por supuesto el aceite de oliva que
potencia el sabor de mis mejores recuerdos.
Este relato lo he presentado a un concurso, de relato breve, en la UNED, en el que el tema era "El aceite de oliva" pero no ha sido seleccionado, así que una vez finalizado el concurso lo pongo aquí.