Salgo de las profundidades y me dirijo a ti. Quiero
decirte que me dejes, una vez más, surcar los cielos, los mares y la tierra,
porque para eso vine al mundo. Vine a admirar la creación que una vez nos
regalaste y que hiciste posible con esta inmensa naturaleza tan precisa para
nuestra subsistencia.
Es tan admirable y grande que no encuentro palabras
para expresar mi agradecimiento por esta belleza. Solo enséñanos a perpetuarlo
para que nuestros hijos puedan disfrutarlo y admirarlo.
Que el orgullo y el egoísmo no nos devore. No
destruyamos estas maravillas que una vez pusiste sobre la faz de la tierra, de
las aguas y del cielo.
Danos las herramientas para hacer entender al hombre
que esto no es eterno, que todo acaba y que hay que cuidar el regalo que una
vez nos hiciste.
Sofía
y Pedro vivían solos en una casa de campo, rodeados de naturaleza. Solían poner
música. Unas veces los acompañaba la radio, otras veces los discos de vinilos,
que ya escaseaban. Ella los guardaba como un tesoro. Sofía los ponía en su
tocadiscos de aguja, otro de sus tesoros junto a sus libros. Se habían quedado
huérfanos y desde entonces habían estado viviendo solos.
Su vieja tía, les ayudaba como podía, vivía enfrente, en otra casa de campo. Habían
hablado muchas veces de unificar las viviendas, pero ambas partes, querían
guardar al mismo tiempo su intimidad e independencia.
A
veces la tía hacía largos viajes por España y el extranjero. Le encantaba
viajar y pasar largos periodos de tiempo fuera. Cuando volvía, les contaba a
Sofía y Pedro las historias de sus viajes y les enseñaba fotos. Era una
profesional muy buena de la fotografía. Por su profesión, periodista, había
hecho reportajes por el extranjero. Incluso de jubilada no dejaba esos viajes. Decía
que había muchos sitios por conocer.
A veces
se llevaba a sus dos sobrinos con ella, cuando coincidía con el periodo
vacacional. Sofía, la hermana mayor, era maestra y le encantaba serlo. Iba al
pueblo de al lado con la camioneta, para desplazarse mejor por el terreno
accidentado del campo, porque la escuela estaba en el pueblo de al lado, a varios
kilómetros. En ella llevaba a varios niños, Junto a su hermano que le ayudaba
como monitor de apoyo y les daba clase en un aula unificada, en la que había varias
edades y niveles de aprendizaje. Era muy guay, porque ponía a los más pequeños
“por rincones”; podían ir de un rincón a otro, y cada rincón era de una
actividad y temática diferentes: estaba el rincón de la cocinita, el de
trabajos manuales y pintura. Había otro de talleres de marioneta, con muñecos
hechos por ella, tanto de manopla como de dedo, o hechos con un palo de polo (todo
era muy ingenioso). Estaba el de los disfraces, en el que sacaba de dentro de
un gran baúl los trajes y pelucas, y había caretas, y bigotes y barbas… ¡Era
muy divertido! Y enlazabas uno rincón con otro… Te podías disfrazar de lo que
quisieras e ir al rincón de la cocina, o al de las profesiones, o al taller de
manualidades y pintura.
Sofía también trabajaba por proyectos y cada
mes tenía una temática: el cosmos, las estaciones… o lo enlazaba
trasversalmente con el clima. Tenía muchas maneras y todas divertidas de trabajar
con los niños, de forma que no parecía que estuvieran trabajando o en un cole
tradicional, porque no lo era. Podían deambular por el aula, sin sillas, ni
mesas. Podían, si hacía bueno, dar la clase fuera, en medio de la naturaleza,
¡y era fantástico!
Los
mayores sí tenían mesas, pero también podían o bien ponerlas en círculo, o
levantarse y ayudar a los pequeños con los talleres y disfraces, fabricándolos
ellos mismos. O haciendo las letras gigantes y saltándolas mientras la nombraban.
Con ellas construían palabras. Eran aros gigantes que estaban diseminados por el
espacio del aula y les encantaba jugar a hacer frases.
Y
así pasaban la mañana en la escuela. Luego regresaban a la casa y la tía les tenía
preparada la comida; comían los tres juntos. Luego la tía se iba a su casa. Ella
sí tenía televisión y le gustaba ver la telenovela. Mientras, Sofía y Pedro le
daban de comer a los animales. Tenían un caballo, un gato y un perro. Y hasta
una charca con un pato, ¡era divertidísimo!
—. Más bien una oca, porque entraba a la casa
y todo. Y se ponía delante de la chimenea, y luego salía y volvía a la charca. Pero
a las noches, Sofía la dejaba quedarse en la cuadra. Allí se reunían los
animales. Era muy gracioso verlos reunidos como en asamblea; parecía que se
entendiesen y hablaran de sus cosas. A veces se reunían con ellos en vez de que
ellos entraran en la casa. Podían hacerlo todos, menos el caballo, ¡claro! El
hecho, es que Sofía acababa muchas veces contando cuentos en la cuadra, rodeada
de los animales, que de vez en cuando le tiraban de una página. Muchos cuentos acababan
con mordeduras o con algún zarpazo del perro, una huella sucia de su zarpa
llena de tierra. Entonces Sofía hacía un mohín, y se ladeaba, pero sonriendo, y
entonces por el otro lado venía el gato, que se subía a su regazo porque quería
que dejase el libro y le hiciera mimos.
» Las noches antes de acostarnos eran muy
amenas; a nosotros no nos hacía falta la televisión para nada. Si estábamos
fuera, disfrutábamos de la naturaleza y escuchando los cuentos de Sofía o, si
estábamos dentro, al calor del hogar de la chimenea. O poníamos música y
leíamos tranquilamente. Así nos podíamos pasar el rato sin darnos cuenta. Había
veces que me dejaba ayudarla en la cocina, cuando hacía la comida para el día
siguiente, para que la tía solo tuviera que calentar. No le gustaba abusar de
ella, y así se distribuían las tareas. El sábado era el tiempo de ir también al
otro pueblo que tenía una tienda en la que comprábamos todo lo que
necesitábamos y lo traíamos en la camioneta.
»
Pero un día fuimos al médico, porque Sofía no se encontraba bien, y eso me
preocupó. No quería que pasara como con mamá o papá, pero la historia se
repitió. ¡Sí!, iba a ser ese fatídico día de una revisión rutinaria, cuando le
anunciaron que tenía cáncer y que, o se operaba y le quitaban un pecho, y luego
le daban la quimio, o… Pero mi hermana no quiso oír hablar de aquello. Se levantó,
impasible, me dio la mano y salimos de la consulta del médico.
—No
vamos a pasar otra vez, conmigo, lo que pasamos ya con nuestros padres: de médico
en médico, de consulta en consulta… hasta el final. Nos vamos a casa y
seguiremos viviendo como hasta ahora. Y que pase lo que tenga que pasar… —dijo Sofía.
Y
fue esa noche cuando nos contamos un cuento, nada convencional…
Como
a veces hacíamos desde pequeños, como nos hacía nuestra madre, el empezar uno
con una frase y seguir el otro, y concadenar las historias, y salían cosas
chulas; Ésta, una de ellas…
“Esa
majestuosa criatura se dirigía directamente hacia mí y besé su hocico. seguía
siendo tan natural para mí estar con ella… La había criado desde bebé, y no me
imponía su tamaño, no me impresionaba. Era tan maravilloso volar cabalgando a
su lomo, galopando al viento a toda velocidad,
con la manada de caballos salvajes por las marismas del Parque Natural de
Doñana… Pensar que tenía mi propia criatura, mi propio caballo, era una de mis
grandes satisfacciones en la vida, junto con haberlo podido criar desde pequeño
y ver en el precioso ejemplar que se había convertido. ¡Estaba eufórica! Solo
esperaba que causara sensación en el hipódromo. ¡Había nacido para correr!
¡Nacido para ganar! Lo tenía bien enseñado y era mi mayor orgullo. A ver cómo
se comportaba en los cajones de salida, que era el momento peor. Pero no, no me
iba a decepcionar. Aunque fuera su primera carrera, iba a ser espectacular y
causaría una gran sensación.
¡Venga, Negro, que nos vamos a tu primera carrera! ¿Estás nervioso? ¡Es
natural! Toma una manzana, que tanto te gusta…
De
repente, extendió sus alas y voló sobre mi cabeza. ¡Sí! Era una majestuosa
criatura, pero no un caballo sino un unicornio blanco. Mi amigo. Mi familia. Lo
había criado desde que lo encontré, solo, perdido en el bosque y ya nunca nos separaríamos.
Para los demás sería un caballo de carreras: para mí, era mi alado compañero
mágico.”
—¡Qué
bien! ¡Qué bonito! —dijo Pedro.
Estaban
como siempre en el salón y con su vieja tía, al calor del hogar. El periódico
en donde había trabajado la tía estaba en la capital, sí, porque ella había
vivido en Madrid toda su vida. Hasta que decidió venirse más cerca de sus
sobrinos para echarles una mano, aunque tomaron la decisión de hacerlo de esa
manera tan curiosa, cada uno en una casa diferente…
Y al
día siguiente Pedro le propuso una idea que le rondaba la cabeza a la tía, y
ella se interesó por el proyecto. Ya sería su proyecto juntos: “El proyecto Sofía”
del que saldría su nuevo libro. Pero no se podía hacer sin contar con ella. Ella
tenía que elegir y corregir y reescribir de nuevo sus historias y darles forma
de libro. Todo sería muy laborioso, pero así la tendrían entretenida e
ilusionada con el nuevo proyecto.
Y Sofía
se entusiasmó con la propuesta de su hermanito:
—¡Vaya hermanito!¡Una idea genial! Voy a
rebuscar por los cajones y en mi baúl que ahí guardo los de la primera etapa,
cuando vivían papá y mamá.
Y se
puso manos a la obra. Le gustaba escribir y corregir sus cuentos de noche,
después de que Pedro se durmiese. No se sabía cuándo descansaba, porque a
primera hora de la mañana ya estaba preparando el desayuno y había adecentado
el establo y dado de comer a los animales.
Y
pasaron unas semanas…
—¡Venga
hermanito! Que nos vamos a la escuela. Hoy les tengo a los niños, una sorpresa
¡Y a ti, claro!
—¿Qué
es?, ¿qué es? —preguntó Pedro entusiasmado.
—Pues
verás, tengo preparada aquí una selección de mis cuentos ya corregidos, y
quiero organizar con ustedes, que sois mi público por excelencia, si no decir
el único, —Y se rio ella sola—, una primera lectura. Sé que, a la vez, sois un público
exigente y que no os calláis una, así que me servirá de medidor de la valía de
mis cuentos.
—Pero
si ya te los hemos oído contar muchas veces… Nos los has contado casi todos, a
no ser que tengas alguno nuevo. Y sabes que nos entusiasman tus cuentos y,
además, la manera tan expresiva de contarlos. ¡Es que parece que los vives, o
los radias, como una locutora de radio! Tienes un público entregado y ya
rendido a tus pies—dijo riendo el hermano.
Sofía leyó el
primer cuento, y el segundo y el tercero, y todos, al acabar cada lectura,
aplaudían entusiasmados. Y entonces tosió, y tosió. Era mucho tiempo el que se
había pasado leyendo los cuentos y, con un pañuelo de tela que sacó del
bolsillo, pues no le gustaban los de papel, se tapó la boca y, al retirarlo, vieron
asustados que había sangre en el pañuelo y llamaron a la tía por teléfono. Y
mientras un vecino le acercó al hospital. No había tiempo que perder. Ya la tía
se reuniría con ellos allí, pero lo principal era que la viera el doctor. Ya que
ella había renunciado al tratamiento, los protocolos de urgencia y primeros auxilios
se activaron y les dijeron que era una hemoptisis. y Eso
significaba que estaba afectado el pulmón. No les pudieron dar peor noticia, ni
peor pronóstico posible. Todo se precipitaría por no haber hecho caso en una
primera instancia de los médicos. Ya se temían lo peor: que el proyecto
fracasaría y no vería la luz. Con todo lo que habían trabajado…
La tía apareció y se asustó al verla así. No venía sola, y les sorprendió
verla con un compañero periodista, bien parecido y apuesto y con un paquete. Pedro
no se lo podía creer ¿Sería posible? ¿Sería verdad? Era una prueba de
maquetación. Sofía tenía que elegir entre varias opciones que le proponían,
pero ahí estaba, el proyecto hecho papel. Era tangible, iba a ser realidad,
sería definitivamente verdad.
Ella se recuperó un poco de aquel episodio, y desde entonces ya está en
tratamiento y con todos los protocolos activos. Ya se deja hacer, a su pesar. No
le quedaba otra, era demasiado arriesgado y peligroso abandonarse como lo había
hecho, una chiquillada. Y desde entonces van y vienen al hospital, con sus
análisis periódicos. Ya tiene fecha de operación y lo va asumiendo, pero
contenta, porque por fin eligió la portada de su libro y salieron las primeras
galeradas. Y Pedro, el hermano de una escritora, ¡Si ya era un hecho! Era una
escritora y ganado a pulso.
Llegó el día de la presentación y la tía hizo los honores. La presentó y
llamó a sus amigos del periódico. También hizo una reseña y un artículo con la
noticia de la presentación del libro, y el pueblo se llenó de madrileños ¡Ja,
ja, ja! Para un pueblecito pequeño y perdido, eso fue todo un acontecimiento. Y
se juntaron padres y alumnos de otros pueblos, y ella estaba que se salía de lo
contenta que se sentía. Quería hacer algo personal y especial, una pequeña
lectura de una selección, una lectura de las suyas teatralizadas, y fue todo un
éxito. Todos la trataron con la mayor naturalidad posible, mirando mucho que no
se sintiera demasiado estigmatizada por la enfermedad porque, ella se sentía
observada, y lo último que quería es que sintieran lástima. Pero todo fue
fenomenal y ella se sintió feliz.
Pasó la presentación y vio su libro en las librerías. Donó algunos ejemplares
a la biblioteca e hizo lecturas en la plaza, con sus alumnos y los padres de
sus alumnos.
Pasaron unas semanas y sus alumnos la visitaban en casa. Ya la había sustituido
otra profesora en la escuela. Ella lo dejó y se dedicó por entero a escribir,
aunque echaba de menos las clases y a sus alumnos. El tema de la escritura le absorbía
el tiempo, y las presentaciones que había hecho en Madrid y por la provincia la
habían tenido ocupada. Por eso y no por otra razón, la tuvieron que sustituir. Y
luego no tuvo el valor de ocupar de nuevo su puesto y echar a la que estaba en
su lugar, así que prefirió seguir escribiendo.
Su ilusión era escribir una novela y la quería hacer sobre sus padres, la
labor que hicieron por los cultivos naturales en el campo, por la educación
rural, por la reconstrucción de viejos parajes naturales, por devolver la vida
a zonas rurales, evitar su despoblación y habitarlas. Al darles forma a sus
sueños, los mantenía vivos ya para siempre y con honores. Esa era la ilusión de
Sofía. Porque el campo, las zonas rurales y los cultivos naturales no podían
morir por la superproducción de las grandes cadenas y los alimentos procesados.
Se sabía que esos alimentos con aditivos y azucares añadidos eran veneno, un
engaño, en lo referente al sabor y dañinos para la salud. Ella quería darle voz a la cantidad de gente,
y lo más preocupante, de niños obesos que hay en las nuevas generaciones, y las
graves consecuencias a nivel de la salud que tienen, y hacerles justicia a sus
padres, que murieron por ello.
Porque Sofía estaba segura de que los canceres, la enfermedad con mayor mortalidad
que hay actualmente, era originada por la alimentación, la industrialización y el
procesado de los alimentos. Y no se podía callar, tenía que escribir este libro
y darle voz a su llamamiento, hacerse oír.
Hace años hubo un gran descubridor, un verdadero revolucionario del
aprendizaje: Skinner, maestro del estímulo y refuerzo.
La famosa “Caja de Skinner” sirvió como medio para introducir diversas
variables y analizar cómo afectaban en la frecuencia con la que se producían ciertas
conductas. Estos experimentos sirvieron para describir ciertos patrones de
conducta basados en el condicionamiento operante, para probar la posibilidad de
predecir y controlar ciertas acciones de los animales.
Son el entorno y las consecuencias de los actos los que modelan la conducta.
El ser humano, por lo tanto, no puede ser libre, al menos si por libertad
entendemos indeterminación, es decir, la capacidad para actuar
independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor. La libertad es, pues,
nada más que una ilusión muy alejada de la realidad, en la que cada acto está originado
por unos desencadenantes ajenos a la voluntad de un agente que decide.
Skinner creía que el ser humano tiene la capacidad de modificar su entorno
para hacer que este lo determine del modo deseado. Esta perspectiva no es más
que la otra cara de la moneda de la determinación; el ambiente siempre nos está
afectando en nuestros comportamientos, pero al mismo tiempo todo lo que hacemos
transforma también el ambiente. Por lo tanto, podemos aplicar este bucle de
causas y efectos sobre unas dinámicas que nos beneficien, dándonos más
posibilidades de actuación, a la vez, un mayor bienestar.
Esta postura filosófica, que hoy en día es relativamente normal en la
comunidad científica, sentó muy mal en una sociedad estadounidense en las que
los principios y valores de los liberalismos estaban y están fuertemente
arraigados.
Sofía estaba
entusiasmada con su nuevo libro, que ya no sería de cuentos infantiles. Ahora
sería un proyecto a lo grande, para un público adulto, y esperaba concienciar a
la población con él. ¿Qué nos estamos comiendo? ¿Que están comiendo nuestros
mayores? ¿Qué están comiendo nuestros hijos? ¿A dónde vamos a llegar, si
seguimos por este camino? Sofía se sentía cansada, pero, a la vez, entera y
tranquila. Ha sabido darle un sentido a su vida. Su principal prioridad es
recuperarse y participar de lo que vendrá por delante, ya que se avecinan
grandes cosas para la ciencia, y ella está entusiasmada, porque, aunque ha sido
maestra, y es una fantástica escritora de cuentos, todavía siente que tiene
mucho que aprender por el camino.