—Hola. No me digas que no y déjame
entrar… ahora te explico… pero cierra la puerta. —apremió ella mientras entraba
hablando atropelladamente, recuperando el aliento.
—Vale, vale, pero cálmate, ni que te persiguiera alguien —dijo él extrañado.
—Justo es eso y se me ha helado la sangre nada más verlo; lo creía muerto.
Había desaparecido ya de mi vida. No me lo explico.
—Bueno, cálmate, pasa y me lo
cuentas.
Pasaron a la sala de estar, ella
asombrada miró a su alrededor y silbó.
—¡Valiente choza!
—No es una choza precisamente
–replicó ofendido él.
—No, ya veo…—y volvió a silbar.
—Bueno, anda y siéntate. ¿Quieres
tomar algo?
—Sí, gracias. Un poco de agua será
suficiente; estoy seca de la impresión.
La dejó sola mientras iba a la
cocina. En su ausencia ella elevó la voz para que le oyera y siguió hablando:
—Oye. ¿Y vives aquí sólo? A
propósito ¿Cómo te llamas?
Él volvió a la sala de estar con una
bandeja en la mano y no le habló hasta tenerla en frente por no subir él
también la voz.
—Me llamo David ¿y tú?
—Paula. Me llamo Paula, mucho gusto.
¿Entonces vives sólo en esta choza superchula?
—Sí, –dijo molesto él—. Y a ver ¿de
qué o quién escapas?
—¡Uff! Se me había olvidado por un
momento –dijo bajando la voz—, mira por la mirilla a ver si hay alguien ahí –le
ordenó susurrando.
David se levantó y se acercó a la puerta a echar un vistazo.
—No hay nadie. ¿Te explicas? Tengo
una vida por vivir.
—Sí, veamos, espera que ordene las
ideas, a ver por donde empiezo… Sí, lo mejor es que te cuente una historia:
“Érase una vez una niña que se llamaba Paula...esa soy yo... veamos...que tenía
una familia maravillosa de esas de cuento de hadas y vivía en medio de la
naturaleza en un pueblo encantador, también de cuento, con unos vecinos
encantadores de esos que se ofrecen a cuidar a tu niño si vas al médico, o bien
organizan una comida de bienvenida; o de esos con los que charlas en el
patio ajardinado rodeado de encantadoras casas con una fuente en el medio.
Justo alrededor de esa fuente, los mayores se reunían a charlar con la abuela,
sacaban las sillas de la playa y las de la casa si faltaban y mientras los
adultos tenían su tertulia, los niños jugábamos al escondite o a lo que nos
apeteciese. Recuerdo que en noches estrelladas poníamos las toallas de la playa
en el suelo y tumbados las mirábamos y estábamos todos bajo el abrigo del hogar
de la abuela hasta que se fue deteriorando y se marchó dejándonos desamparados.
_Me recuerda a la casa de mis abuelos, dijo David,
también era un núcleo de casas con un patio en medio, una zona ajardinada con árboles
frutales, recuerdo que los niños cogíamos higos de un árbol en la zona del
fondo, salíamos corriendo y riendo con las manos llenas de nuestra pillería. Y
recuerdo a una niña menuda y su hermano, ¡sí, eras tú, seguro!
_ ¡Anda!, no me digas que tú eres
David, que nos alentaba a cogerlos del árbol y eras el primero en subirte y
salir corriendo. ¡Qué casualidad!
—Sí, que casualidad. Pero sigue con
tu historia, por favor.
_ Sigo con mi historia_ Es cierto
que estaban mis padres, que eran maravillosos, con su amor como de cine eran la
típica pareja que con una mirada se entiende, que terminan uno la frase del
otro y hasta adivinan sus pensamientos, que van de la mano por la calle, que al
acostarte te cuentan un cuento, pero no uno cualquiera, sino uno que inventaban
empezando uno una parte o frase y siguiéndolo el otro; sí, era
increíble…En fin, que éramos felices.
—Si, me acuerdo de ellos y de tu
abuela, se juntaba con la mía, sacábamos las sillas de la playa y hacíamos un
circulo y sobre todo los mayores hacían sus tertulias, los niños nos quedábamos
un rato escuchando, era muy interesante, pero en seguida nos íbamos a nuestros
juegos… O a mirar las estrellas.
_ ¡Qué recuerdos! Pero,
tras la muerte de mi abuela, al poco tiempo a mi madre le diagnosticaron un
cáncer de pecho, aunque fue tarde para ella y también nos dejó. Mi padre jamás
lo superó, fue cómo si le hubieran cortado un brazo, cayó en una profunda
depresión y tuvimos que estar los hijos pendientes de él. Nos hicimos adultos
antes de tiempo. No es que nos cogiera muy niños; ya teníamos doce y quince
años y además de los deberes del cole nos ocupamos de la casa y de nuestro
padre. Sí, fueron tiempos duros en los que luchamos y nos defendimos
porque tuvimos que lidiar con los servicios sociales que estaban detrás
nuestro, pendientes de ver si fallábamos en algo porque mi padre se
convirtió en un ser triste y oscuro que apenas vagaba arrastrando su pena sin
prestarnos las atenciones que debía. Nos acostumbramos a vivir cuidándole y de
repente, un día desapareció. Estuvimos pendientes de cada noticia buscando
en los periódicos por si había habido algún accidente de coche, pero no.
Seguimos buscando por bares y hospitales, pero tampoco encontramos señal
alguna. No sabíamos qué hacer y al final los servicios sociales, enterados de
nuestra situación terminaron por separarnos a mi hermano y a mí.
—Si, lo recuerdo,
se habló de vuestra situación y mis padres y todos en la Colonia lo sentimos
mucho, querían hacer una colecta y ver que podían hacer, hasta mis padres
dijeron de recogeros por un tiempo. Pero no fue posible, no entendí nuca
porqué.
_Yo era la pequeña de los dos y
aunque éramos preadolescentes, yo tuve más suerte, fui a parar con una familia
decente que me supo llevar y darme unos estudios y estabilidad. Mi
hermano, en cambio, rebelado contra todos dejó los estudios y se puso a
trabajar. Como tenía casi 16 años, ninguna familia quiso hacerse cargo de él y acabó
en un piso de jóvenes tutelados, con vete tú a saber que malas compañías; pero
a pesar de todo salió adelante, aunque con el perjuicio de no verse preparado
para un trabajo que no fuera ser repartidor, conserje o vigilante jurado.
—Si, Una pena, ¿sabes? Tú me caías
muy bien y tu hermano, tan protector, no había quien se acercará a ti, sin
estar él delante, me hacía gracia la situación.
_ Pues nunca lo noté, no me di
cuenta, yo iba a jugar con todos y no me fijaba en esas cosas, siempre fui muy
infantil, pero maduré, maduré de golpe con esa situación. Aunque vivíamos
separados, no perdimos el contacto en todo este tiempo y siempre hemos sabido
el uno del otro. Él se alegraba por mí, yo en cambio siempre he sentido lástima
por él. Mientras yo pasaba noches en vela para graduarme en psicología él
trabajaba a turnos como vigilante de seguridad sin mayor aspiración a mejorar.
En definitiva: aunque no debería quejarme no dejo de pensar que la vida
fue injusta con nosotros. El caso es que no supimos nada de mi padre en
años y ahora me parece haberlo visto, perseguirme y acecharme, con un mal
aspecto que da miedo."
—Vaya historia —silbó el muchacho—, o sea que del que te escondes aquí es de tú
propio padre; pero si ya no eres ninguna niña. Por lo menos tienes como yo,
unos 25. Debes enfrentarlo, que te diga lo que quiere, a lo mejor sólo quiere
justificar todos estos años de ausencia.
—Sí, tienes razón y yo por mi
profesión debería estar preparada para escucharle, pero es superior a mí. Me
sube un ahogo a la garganta y unas nauseas...
—En cambio, has sido capaz de llamar
a mi puerta, a la de un desconocido, y contarme tu historia, ¿y ahora qué?
—Yo...no sé, lo siento, estaba
asustada…sólo quería esconderme, que él se fuera, no pensé en lo que estaba
haciendo... Pensarás que estoy loca…Perdona, has sido muy amable…No te molesto
más… Ya me voy…, supongo que tienes razón, si sigue ahí esperándome he de
enfrentarme a él y escucharle. En cierta forma, algún día tendría que pasar,
nunca creímos que estuviera muerto.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Te
voy a dar mi teléfono y seguimos en contacto por WhatsApp, Me ha encantado volver a encontrarte y saber de ti y tu
familia y te quiero ayudar y así cuando hables con él me cuentas o si necesitas
hablar con alguien me puedes llamar. ¿Te parece?
—Gracias, pensarás que estoy loca,
pero era tan bonita mi vida, tan de cuento de hadas…
—Sí. Fue una fatalidad y muy mala
suerte la que tuvisteis, pero ¿qué me dices de esa nueva familia?
—Estuvo bien, y me vino bien
recobrar un poco de estabilidad. Les estoy muy agradecida, pero nunca fue
igual a mi antiguo hogar. Vivir sin mi hermano se me hizo duro, aunque no me
faltó de nada y aún seguimos en contacto. Desde hace dos años colaboro en un
colegio llevando algunos niños difíciles, al tiempo que trabajo en un gabinete
con un equipo de psicólogos realizando algunas colaboraciones; me he
independizado y ahora vivo en un piso compartido con unas compañeras y la
verdad es que siento que estoy bien.
—Bravo por ti. Ahora deberás
enfrentarte a tu padre y escucharle. Hazme caso.
—Sí. Gracias. ¿Y qué fue de ti y de
tu familia?
_Pues allí siguen mis padres, en la
Colonia, yo hice una ingeniería y me independicé, pero voy a verlos. Les
encantará saber de vosotros, cuando quieras vamos a la Colonia y te la enseño,
sigue preciosa, siempre se habló de poner una piscina en medio, pero no quieren perder sus jardines y árboles. Pero ya no se hacen
las tertulias que se hacían cuando éramos niños, eso se ha perdido, porque ya
son muy mayores y la mitad falta, pero sigue siendo un sitio de ensueño, parece
que allí dentro, se hubiera detenido el tiempo.
Has sido muy amable. –dijo Paula
despidiéndose. Me encantaría ir gracias y saludarles.
—Vale. Pues ya me cuentas, y estamos
en contacto.
Y Paula salió con precaución por si
se encontraba con aquel ser tan deteriorado que había confundido con su padre y
que seguro sería tan solo un pobre vagabundo. En su recuerdo conservaba el
recuerdo de un ser cariñoso al que las circunstancias de la vida le vencieron y
ahora le daba miedo a pesar de que ya no era una niña que aquel ser cariñoso
hubiese cambiado por culpa del dolor. Iba calle abajo absorta en sus
pensamientos, con ganas de llegar junto a sus compañeras de piso cuando, justo
antes de llegar a su portal, se le apareció de nuevo aquel hombre que era la
sombra de lo que su padre. Alzó las
manos y le dijo:
—No te asustes mi niña. No quiero
hacerte daño. Tan solo quiero hablar contigo. Lo siento tanto...–las palabras
cayeron en silencio ahogadas por el llanto.
—-Yo...tú... no me has asustado
–mintió Paula armándose de valor—, ha sido sólo la impresión de verte después
de tanto tiempo. ¿Qué quieres?
—No, aquí no. Vayamos a una
cafetería. Sé que no tengo buen aspecto para ir a un lugar público, pero...
—No importa, papá. Tranquilo, somos
adultos –dijo armándose de valor y sujetándole por el brazo—. Venga, vamos.
Entraron en la cafetería se sentaron
en un rincón y pidieron dos cafés con leche.
—Gracias, hija...
—No me llames hija –dijo
enrabietada—. Hija no es solo a la que se concibe. Creímos que estabas
muerto; nos moríamos de la preocupación. Primero la abuela, luego mamá y ¿tú?
Tú, lo único que se te ocurrió fue desaparecer y ni tan siquiera has sido capaz
de dar señales de vida en todo este tiempo.... –reprochó Paula sin darse cuenta
de que iba alzando la voz, a cada frase, con una voz quebrada
—Lo siento. No estoy orgulloso de
cómo actué; pero no podía seguir. Sé que no hay excusa, pero todo me recordaba
a ella, hasta vosotros con vuestras caritas, reclamando atención me recordabais
a ella, y no fui capaz de afrontar la situación..., no soportaba que me
cuidaseis vosotros a mí en lugar de, al contrario.
—Fuiste un egoísta. Te fuiste
cuando más te necesitábamos. ¿Acaso no recuerdas que estaban los servicios
sociales detrás? Nos hacía falta tu cariño tras la pérdida de la abuela y de
mamá, te fuiste, desapareciste sin dar noticias –volvió a reprocharle mirándole
a la cara, intentando arrancarle una confesión.
—Ya te he dicho que no podía seguir
en casa... Estuve en una casa de reposo.... se fue gastando el dinero que
había ahorrado, pero no me veía con fuerzas de trabajar. Deambulé sin rumbo
fijo y encontré una finca que buscaba guardés y allí me instalé tras contarle a
la señora qué me había llevado hasta allí...Lo siento, pero no podía cuidar de
vosotros. Allí estuve tiempo, siempre estaré agradecido a la señora que me dio
cobijo y protección, aunque no resultó como ella soñaba y tras hacerse una
falsa ilusión conmigo que yo no pude corresponder tuve que poner tierra de por
medio. Así fue como terminé por subirme en un barco mercante. Fue muy duro,
pero me mantuvo la cabeza ocupada, los meses pasados me habían ayudado a
comenzar a recuperarme, pero el trabajo y tener la mente ocupada fueron
determinantes en mi recuperación. Verme en altamar, a la deriva y la vida en el
barco me gustó, y así fui enlazando una campaña tras otra para ir ahorrando
para establecerme por mi cuenta. Y como quien no quiere la cosa así han
transcurrido estos últimos 13 años. Ahora estoy preparado para volver, aunque
me veas con estas pintas, tengo una casa aquí en el pueblo y quiero recuperar
el tiempo perdido, estar en contacto con vosotros, saber de vosotros.
—¿Cómo es que no vas de uniforme?
—No quería llamar la atención.
—¿No querías llamar la
atención? ¿Con ropa de vagabundo…no llamas la atención?
—Bueno no es lo que quería
decir...verás... es que primero quería hablar con vosotros. Necesitaba saber si
estabais bien... No sabía muy bien cómo hacerlo... No sabía cómo mostrarme ante
vosotros, he querido acudir primero a ti, veo que estás bien. Aunque no hayáis
sabido de mí, yo me puse en contacto con los servicios sociales y me pusieron
al corriente, sé que has estado con una familia y te han dado unos estudios; me
alegra que al menos alguien te haya dado lo que yo seguro no podía darte. En
cambio, tu hermano... bueno... tuvo peor suerte…
—No te atrevas a decir nada de mi
hermano, ni de mí, crecimos separados, casi trece años, ¿suerte? Si no te
hubieses ido seguro que habría sido distinta su suerte…sí, yo tengo estudios,
pero crecí separada de las personas más importantes que me quedaban tras la
muerte de la abuela y mamá…así que no te atrevas a decir nada de nuestra
vida... no te atrevas... (Y subió la voz).
—Lo siento hija, si pudiese volver
el tiempo atrás, créeme que lo haría. Ahora podremos volver a empezar... dadme
una oportunidad los dos; hablaré con tu hermano, no pretendo que me
entendáis... sólo quiero que sepáis que ya me curé de mis heridas... y me
siento fuerte para reuniros conmigo... No será fácil...yo tengo que embarcar,
pero quiero que sepáis que si queréis tenéis a vuestra disposición mi hogar, el
que he creado con la esperanza de volverme a reunir con vosotros…es cuanto os puedo
ofrecer...
—Ahora... Ahora... ya tengo un hogar con mis compañeras, que en los últimos dos
años han sido mis amigas, han hecho de hermanas, se comportan como mi
familia y, además, tengo a mi familia de acogida que también son mi hogar... Y
tú…, tú... –dijo enrabiada.
Se levantó y dejó a su padre sentado
en el silencio del rincón de la cafetería. Iba a salir por la puerta y una
fuerza invisible la hizo detenerse. Por el rabillo del ojo, echó un vistazo al
hombre que triste seguía sentado en soledad y escuchó en su interior la voz de
su madre que le repetía de pequeña “hija, por enfadada que estés, seguro que
aún te cabe un poco de perdón en tu gigante corazón”. Dio la vuelta y regresó
junto a su padre.
–…no sé qué dirá mi hermano...le
aviso y a ver qué dice...
—Gracias, hija. – Intercambiaron sus números de teléfono con la promesa de
seguir en contacto.
Al salir de su entrevista mandó un
mensaje a David para contarle lo sucedido tras salir de su casa. David la
felicitó por recapacitar tras su ataque de ira y quedaron en verse tras la
nueva entrevista. Al llegar a casa habló con su hermano quien se quedó sin
habla en un principio y tras escuchar el relato del encuentro con su padre
terminó por acceder a encontrarse los tres. Paula envió un mensaje a su padre y
le citó en el mismo bar para la tarde siguiente.
Llegó el momento que tanto habían
temido todos. ¿Qué pasaría? En el aire, suspendidas, quedaban una serie de
preguntas que tan solo encontrarían una respuesta si accedían a acudir a la
cita que habían anhelado durante tanto tiempo. Al entrar en la cafetería, en la
barra aguardaba su apuesto padre, arreglado con ropa informal que le daba una
apariencia juvenil. Paula se alegró de verle en mejores condiciones y
cogiendo de la mano a su hermano se acercaron hasta él. El padre, feliz de
verlos, con una sonrisa invadiendo su emocionado rostro, tras un tímido saludo
les invitó a sentarse.
—Ya estamos aquí. Habla.
—Hola chicos, gracias por venir, sé
que esto es difícil e inesperado. Soy consciente de que no os lo puse fácil al
irme y con mi acto os empujé a llevar una vida diferente a la que os
correspondía. No tengo excusa y no vengo a justificarme, porque no hay nada que
os pueda devolver aquello que os quité. Solo me gustaría que de ahora en
adelante poder recuperar el contacto con vosotros. Tengo una casa. Si queréis
podéis vivir en ella; yo estaré embarcado la mayoría del tiempo, pero si me
aceptáis, regresaré de vez en cuando a estar una temporada juntos. Además, así
podréis estar juntos de nuevo. Y cuando yo vaya podremos intentar ser la
familia que deberíamos haber sido. Por los gastos no os preocupéis, iré
ingresando dinero a una cuenta de la que podréis disponer. Nos podemos
organizar bien. ¿Qué me decís…?
Ocultó que nunca pisó una casa de reposo donde
había estado. Ocultó que había estado por deudas de juego. Ocultó que
gracias a su rehabilitación pudo curarse de su adicción y le dieron la
oportunidad de enrolarse.