Era el típico día de Reyes, y estaba muy nerviosa, ¡Saldría en la
cabalgata! ¡De hada! Mi madre me había hecho un traje y unas alas muy bonitas.
Era la primera vez que iba a subir a una carroza y estar en todo ese
berenjenal, y a la vez con mucha ilusión, pero no sabía cómo iba a
subir con “mi pata chula”, pero no podía dejarla en casa, tenía que
levantarme y tirar caramelos. Pensaba en todas estas cosas cuando se me hizo la
luz, ¡sí! ¡Eso haría!
Fueron subiendo todas las Hadas a la carroza y yo me quedé para la última.
Como el vestido era largo, no se me veían las piernas. Era vaporoso y
espectacular, tenía una caída y un color verde agua… ¡Era maravilloso! ¡Me
sentía como una princesa!, pero lo que iba hacer, no sabía cómo sentaría a las
demás. Al fin dieron la salida, se abrieron las puertas, y ya se oía el
griterío de la gente. No sé quién era peor, si los padres o los niños,
acercándolos demasiado a las ruedas, pensé ¡algún día pasaría una desgracia!,
pero no debía pensar en eso, tenía que cumplir mi misión, lo que me había
propuesto, aunque ahí estaban, reclamando sus golosinas; me armé de valor y lo
hice, ¡sí! ¡Vaya si lo hice! Tiré mi pata chula, mi armazón de hierro y grité,
¡Ya! ¡Se acabó! ¡Ya no lo quiero más! ¡Me niego a llevarlo! Todos se asustaron
al verlo caer desde esa altura, pero yo no cejaba en mi protesta. Y ahí quedó
todo, hice un ridículo espantoso, además de parecer patética. El bochorno, me
subió a la cara y me puse roja. Ni en una película de terror podría haber
parecido más estúpida.
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