Enero
2011
África
se me presentaba inconmensurable, un mapa de sonidos, luz y color impresionante
que me susurraba al oído, “ven”. Sin duda la gran desconocida iba a
grabárseme en la memoria para siempre.
Después
de una relación de un año tan intensa este viaje me vino muy bien para
desconectar. Para reflexionar sobre mi vida necesitaba esto, otro prisma por el
que sentirme a mí misma, decirme que todavía estaba viva aunque ya con mi edad,
lo más seguro fuese que no tuviera hijos. Aquí en el último y más recóndito
lugar del mundo, tomé conciencia de mi realidad, que no era otra que la de
seguir con ella, con mi vida, por muy sola que me sintiera entonces. Solo
quería sentir esa inmensa tierra que me estaba llenando el alma de vivencias,
luz, color, aromas, empaparme de ella, de su fragancia, de su humedad, de su
calor, de sus gentes, tan sencillas y a su vez generosas, que lo daban todo,
sin tener nada.
Me uní a una asociación y por medio de ella, contacté con el orfanato. Solo la vivencia con los niños me sumergió en un torrente de vida, tan sin igual a lo anteriormente conocido que el tiempo de mi estancia se me fue volando asistiendo a los niños como una cuidadora más. Cuidar de los pequeños era lo que siempre me había llenado, aunque en esta ocasión no tenía comparación a mi estancia en Sevilla, en guarderías, o de canguro, en casa de alguna que otra familia, mientras me preparaba las oposiciones, y mucho menos se podía comparar con los últimos cinco años que me había pasado en la consulta de un médico, como recepcionista. Aquí, en el orfanato me sentía plena y os mentiría si no afirmase que podría quedarme toda la vida aquí con ellos, con los niños de África.
Me uní a una asociación y por medio de ella, contacté con el orfanato. Solo la vivencia con los niños me sumergió en un torrente de vida, tan sin igual a lo anteriormente conocido que el tiempo de mi estancia se me fue volando asistiendo a los niños como una cuidadora más. Cuidar de los pequeños era lo que siempre me había llenado, aunque en esta ocasión no tenía comparación a mi estancia en Sevilla, en guarderías, o de canguro, en casa de alguna que otra familia, mientras me preparaba las oposiciones, y mucho menos se podía comparar con los últimos cinco años que me había pasado en la consulta de un médico, como recepcionista. Aquí, en el orfanato me sentía plena y os mentiría si no afirmase que podría quedarme toda la vida aquí con ellos, con los niños de África.
No os diré que regresé a Sevilla, no os diré que adopté un niño, porque es dificilísimo; si no podía casi manejar mi vida, ¿cómo podría hacerlo con un niño? Eso es un sueño, mi sueño, y no os diré que se cumplió, porque no.
Los
sueños son eso, sueños y África…, otro sueño en el que me veo rodeada de
pequeños entre los que reparto mi amor de madre entre hijos abandonados a una
suerte incierta.
Los sueños son sueños pero solo si los perseguimos podremos hacerlos realidad. Los sueños sí se cumplen.
ResponderEliminarPrecioso relato.
Muchas gracias por leerme y comentar. Un beso
EliminarMe ha encantado!! Nunca dejes de luchar por un sueño. ☺😘🌼🌻🌷❤
ResponderEliminarMuchas gracias guapa 😘😚
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