Érase una vez un circo, donde
vivía nuestro protagonista, Pepillo. Él era
muy feliz subido a su alambre y en el circo había encontrado su
auténtica
familia que lo aceptaba como era, sin exigirle más que lo que se
exigía él a
sí mismo todos los días.
Viajaban de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, capitales de
provincia,
estaban en cada feria aquí y allá. Pepillo desde su alambre lo
veía todo con
ilusión. Había aceptado su vida tal como se la habían dado, le
había
costado mucho tiempo comprender que esa era su vida y también la
pérdida de su compañero de alambre. Ahora se conducía solo en él.
No
admitía que nadie le sustituyera.
Pepillo no podía bajarse del alambre, había nacido en él, lo
sentía cosido a
sus pies, siempre moviéndose hacia adelante, hacia atrás, a la
derecha, a la
izquierda, manteniendo el equilibrio todo el tiempo. Desde que su
compañero le faltó se sentía muy sólo a veces, casi siempre, casi
todos los
días ya que había sido su gran apoyo y consuelo, con él se había
divertido y
vivido innumerables aventuras por todo el mundo. El alambre, era
su
hándicap y su orgullo a la vez, porque en él también se sentía más
fuerte a
su vez. Comía, dormía y vivía en el alambre. Pepillo comprendía
los
sacrificios que hacían por él, y los esfuerzos al saludarle y
sonreírle, pero
sentía que nadie podría sustituirlo.
Un día llegaron a un pueblo muy bonito y él se preparó, hizo sus
ejercicios,
ensayó y estaba contento y nervioso al mismo tiempo; realizó por
fin su
trabajo, pero ese público era exigente y le pedía más, y él
arriesgó más y
más; quitó la red y se subió a una silla sobre el alambre y luego
sobre la
cortándoseles la respiración y él fue de nuevo feliz ese instante,
porque ese
era su medio de vida, su casa y hogar y lo que ellos veían
extraordinario,
para él era a la vez costoso y sacrificado, pero en definitiva un
sueño, su
sueño y por él daría la vida.
Intentaba tener una rutina diaria, algo que le mitigara la soledad
y el dolor
y el vértigo a la altura, el desequilibrio constante, el vaivén de
su cuerpo no
acostumbrándose nunca a estar siempre en el alambre.
Se iba haciendo mayor y cada vez le dolía más su cuerpo y su
alma, sobretodo le pesaba, la soledad del alambre. Haciendo caso a
su
familia circense, dejó que alguien subiera con él, pero no fue
como
esperaba, no supo ver que nadie intentaba reemplazar a su fiel
amigo y
pese a que era un gran equilibrista con grandes dotes para el
alambre
terminó por no dejar que volviese a subir junto a él.
Pasó el tiempo y Pepillo seguía arriesgando su vida en soledad
junto a su
marioneta. Un día oyó hablar de un equilibrista en el norte, que
hacía
prodigios y que se arriesgaba como ninguno y que además declamaba
y
escribía. Pepillo de repente se sintió el ser más insignificante
sobre la
tierra. Todo le salía mal, sentía un ahogo en el pecho y ganas de
llorar,
porque abrió los ojos y supo que él era quién había estado ahí
esperándole,
solicitando una oportunidad, unirse a él y ahora lo había perdido
para
siempre. Y lloró por su equilibrista poeta. Y desde entonces
escribe, escribe
y escribe y cuenta cuentos desde su alambre, con la marioneta
equilibrista,
su compañera y amiga imaginando lo que hubiera sido estar con él.
Bonito cuento y reflexión sobre la vida
ResponderEliminarMuchas gracias, por entrar y comentar. Éste cuento me define, hay muchas alegorías. Un beso.
EliminarElena no capté cuándo Pepillo perdió a su compañero, en todo caso es muy valiente pues se sube al alambre aunque le tiene miedo.
ResponderEliminarMuchas gracias por entrar y comentar. No se especifica, sólo se sabe que perdió a su fiel e inseparable compañero. Un beso guapa.
EliminarQue cuento más bonitoooo!!
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