lunes, 26 de mayo de 2025

Tinta y Ecos de 1985


Entre las páginas amarillas de un diario olvidado,  

respiro el polvo de mis diecinueve años:  

la tinta tímida que trazó versos  

como rutas de un mapa sin destino,  

sueños de letras que mordían la noche  

con dientes de incertidumbre y asombro.  


Eras tú, Dios, en el fulgor de las velas de la parroquia,  

donde mis amigos y yo alzábamos coros  

que trepaban al cielo como enredaderas de fe.  

Las canciones—lámparas en la penumbra—  

iluminaban nuestras dudas, esas bestias  

que gruñían en los rincones del amor.  


(¿Cómo conjugar el vértigo del enamoramiento  

con la quietud de una plegaria?  

¿Cómo ser llama y sombra a la vez,  

tropezar en la piel de alguien  

mientras las manos se anudan en el rezo?)  


El diario guarda sus secretos bajo lluvias de tachaduras:  

versos que sangran margaritas marchitas,  

confesiones al oído de un cuaderno de hojas cuadriculadas.  

Ahí nací escritora, entre las grietas de un alma  

que quería ser río y desembocar en el mar de las palabras,  

pero temblaba ante el vacío de la página en blanco.  


Hoy vuelvo a esos días con la piel gastada de lunas,  

reconozco en el eco de las canciones  

el latido de un corazón que supo nombrarte  

entre el barro y el incienso.  

El amor era entonces un rompecabezas divino:  

algunas piezas en el altar, otras bajo la almohada,  

y todas—en su caos—buscando tu rostro.  


Todavía susurran aquellas noches en mi sangre:  

el otoño de 1985 mece sus hojas en mis versos,  

y en cada palabra, el aroma a incienso  

se mezcla con el sabor de las preguntas sin respuesta.  

Sigo aquí, Dios mío,  

escribiendo en el mismo abismo  

donde una vez planté estrellas.  

2 comentarios:

  1. Que hermosa composición. Tiene nostalgia, tiene recuerdo, tiene fe, tiene fuerza, incluso tiene una fecha, y con ello se deja testimonio de que todo lo vivido desde aquel entonces hasta el ahora, es un ciclo bien vivido, donde los años entregaron esa experiencia que permite madurar y crecer.
    Por ello, se sabe dónde se estuvo y donde se está, porque cuando el alma crece, el espíritu se hace fuerte, pero cuando además el alma sigue siendo buena, no se pierde la humildad de siempre.
    Se puede volver al mismo sitio, y ya no ser el mismo, pero solo los grandes de corazón pueden volver al mismo lugar (aunque pasen los años) conservando esa misma pureza de cuando niño.
    ¡Saludos autora!

    Pd. No trato de adivinar lo que escribiste, solo dejo un testimonio de lo que tú me hiciste sentir y te lo agradezco.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buenos días 🤗
      Agradezco tus palabras y te invito a que explore mi página web:
      https://cuentosypoesiaselenalopez.es/
      Gracias 🧚‍♀️ 🙂

      Eliminar