miércoles, 20 de septiembre de 2017

La Huida


—Hola. No me digas que no y déjame entrar… ahora te explico… pero cierra la puerta. —apremió ella mientras entraba hablando atropelladamente, recuperando el aliento.
—Vale, vale, pero cálmate, ni que te persiguiera alguien —dijo él extrañado.
—Justo es eso y se me ha helado la sangre nada más verlo; lo creía muerto. Había desaparecido ya de mi vida. No me lo explico.
—Bueno, cálmate, pasa y me lo cuentas.
Pasaron a la sala de estar, ella asombrada miró a su alrededor y silbó.
—¡Valiente choza!
—No es una choza precisamente –replicó ofendido él.
—No, ya veo…—y volvió a silbar.
—Bueno, anda y siéntate. ¿Quieres tomar algo?
—Sí, gracias. Un poco de agua será suficiente; estoy seca de la impresión.
La dejó sola mientras iba a la cocina. En su ausencia ella elevó la voz para que le oyera y siguió hablando:
—Oye. ¿Y vives aquí sólo? A propósito ¿Cómo te llamas?
Él volvió a la sala de estar con una bandeja en la mano y no le habló hasta tenerla en frente por no subir él también la voz.
—Me llamo David ¿y tú?
—Paula. Me llamo Paula, mucho gusto. ¿Entonces vives sólo en esta choza superchula?
—Sí, –dijo molesto él—. Y a ver ¿de qué o quién escapas?
—¡Uff! Se me había olvidado por un momento –dijo bajando la voz—, mira por la mirilla a ver si hay alguien ahí –le ordenó susurrando.

David se levantó y se acercó a la puerta a echar un vistazo.
—No hay nadie. ¿Te explicas? Tengo una vida por vivir.
—Sí, veamos, espera que ordene las ideas, a ver por donde empiezo… Sí, lo mejor es que te cuente una historia:
“Érase una vez una niña que se llamaba Paula...esa soy yo... veamos...que tenía una familia maravillosa de esas de cuento de hadas y vivía en medio de la naturaleza en un pueblo encantador, también de cuento, con unos vecinos encantadores de esos que se ofrecen a cuidar a tu niño si vas al médico, o bien organizan una comida de bienvenida; o  de esos con los que charlas en el patio ajardinado rodeado de encantadoras casas con una fuente en el medio. Justo alrededor de esa fuente, los mayores se reunían a charlar con la abuela, sacaban las sillas de la playa y las de la casa si faltaban y mientras los adultos tenían su tertulia, los niños jugábamos al escondite o a lo que nos apeteciese. Recuerdo que en noches estrelladas poníamos las toallas de la playa en el suelo y tumbados las mirábamos y estábamos todos bajo el abrigo del hogar de la abuela hasta que se fue deteriorando y se marchó dejándonos desamparados.
_Me recuerda a la casa de mis abuelos, dijo David, también era un núcleo de casas con un patio en medio, una zona ajardinada con árboles frutales, recuerdo que los niños cogíamos higos de un árbol en la zona del fondo, salíamos corriendo y riendo con las manos llenas de nuestra pillería. Y recuerdo a una niña menuda y su hermano, ¡sí, eras tú, seguro!
_ ¡Anda!, no me digas que tú eres David, que nos alentaba a cogerlos del árbol y eras el primero en subirte y salir corriendo. ¡Qué casualidad!
—Sí, que casualidad. Pero sigue con tu historia, por favor.
_ Sigo con mi historia_ Es cierto que estaban mis padres, que eran maravillosos, con su amor como de cine eran la típica pareja que con una mirada se entiende, que terminan uno la frase del otro y hasta adivinan sus pensamientos, que van de la mano por la calle, que al acostarte te cuentan un cuento, pero no uno cualquiera, sino uno que inventaban empezando uno una parte o frase y siguiéndolo el otro; sí, era increíble…En fin, que éramos felices.
—Si, me acuerdo de ellos y de tu abuela, se juntaba con la mía, sacábamos las sillas de la playa y hacíamos un circulo y sobre todo los mayores hacían sus tertulias, los niños nos quedábamos un rato escuchando, era muy interesante, pero en seguida nos íbamos a nuestros juegos… O a mirar las estrellas.
_ ¡Qué recuerdos! Pero, tras la muerte de mi abuela, al poco tiempo a mi madre le diagnosticaron un cáncer de pecho, aunque fue tarde para ella y también nos dejó. Mi padre jamás lo superó, fue cómo si le hubieran cortado un brazo, cayó en una profunda depresión y tuvimos que estar los hijos pendientes de él. Nos hicimos adultos antes de tiempo. No es que nos cogiera muy niños; ya teníamos doce y quince años y además de los deberes del cole nos ocupamos de la casa y de nuestro padre. Sí, fueron tiempos duros en los que luchamos y nos defendimos porque tuvimos que lidiar con los servicios sociales que estaban detrás nuestro, pendientes de ver si fallábamos en algo porque mi padre se convirtió en un ser triste y oscuro que apenas vagaba arrastrando su pena sin prestarnos las atenciones que debía. Nos acostumbramos a vivir cuidándole y de repente, un día desapareció. Estuvimos pendientes de cada noticia buscando en los periódicos por si había habido algún accidente de coche, pero no. Seguimos buscando por bares y hospitales, pero tampoco encontramos señal alguna. No sabíamos qué hacer y al final los servicios sociales, enterados de nuestra situación terminaron por separarnos a mi hermano y a mí.
—Si, lo recuerdo, se habló de vuestra situación y mis padres y todos en la Colonia lo sentimos mucho, querían hacer una colecta y ver que podían hacer, hasta mis padres dijeron de recogeros por un tiempo. Pero no fue posible, no entendí nuca porqué.
_Yo era la pequeña de los dos y aunque éramos preadolescentes, yo tuve más suerte, fui a parar con una familia decente que me supo llevar y darme unos estudios y estabilidad.  Mi hermano, en cambio, rebelado contra todos dejó los estudios y se puso a trabajar. Como tenía casi 16 años, ninguna familia quiso hacerse cargo de él y acabó en un piso de jóvenes tutelados, con vete tú a saber que malas compañías; pero a pesar de todo salió adelante, aunque con el perjuicio de no verse preparado para un trabajo que no fuera ser repartidor, conserje o vigilante jurado.
—Si, Una pena, ¿sabes? Tú me caías muy bien y tu hermano, tan protector, no había quien se acercará a ti, sin estar él delante, me hacía gracia la situación.
_ Pues nunca lo noté, no me di cuenta, yo iba a jugar con todos y no me fijaba en esas cosas, siempre fui muy infantil, pero maduré, maduré de golpe con esa situación. Aunque vivíamos separados, no perdimos el contacto en todo este tiempo y siempre hemos sabido el uno del otro. Él se alegraba por mí, yo en cambio siempre he sentido lástima por él. Mientras yo pasaba noches en vela para graduarme en psicología él trabajaba a turnos como vigilante de seguridad sin mayor aspiración a mejorar. En definitiva: aunque no debería quejarme no dejo de pensar que la vida fue injusta con nosotros. El caso es que no supimos nada de mi padre en años y ahora me parece haberlo visto, perseguirme y acecharme, con un mal aspecto que da miedo."
—Vaya historia —silbó el muchacho—, o sea que del que te escondes aquí es de tú propio padre; pero si ya no eres ninguna niña. Por lo menos tienes como yo, unos 25. Debes enfrentarlo, que te diga lo que quiere, a lo mejor sólo quiere justificar todos estos años de ausencia.
—Sí, tienes razón y yo por mi profesión debería estar preparada para escucharle, pero es superior a mí. Me sube un ahogo a la garganta y unas nauseas...
—En cambio, has sido capaz de llamar a mi puerta, a la de un desconocido, y contarme tu historia, ¿y ahora qué?
—Yo...no sé, lo siento, estaba asustada…sólo quería esconderme, que él se fuera, no pensé en lo que estaba haciendo... Pensarás que estoy loca…Perdona, has sido muy amable…No te molesto más… Ya me voy…, supongo que tienes razón, si sigue ahí esperándome he de enfrentarme a él y escucharle. En cierta forma, algún día tendría que pasar, nunca creímos que estuviera muerto.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Te voy a dar mi teléfono y seguimos en contacto por WhatsApp, Me ha encantado volver a encontrarte y saber de ti y tu familia y te quiero ayudar y así cuando hables con él me cuentas o si necesitas hablar con alguien me puedes llamar. ¿Te parece?
—Gracias, pensarás que estoy loca, pero era tan bonita mi vida, tan de cuento de hadas…
—Sí. Fue una fatalidad y muy mala suerte la que tuvisteis, pero ¿qué me dices de esa nueva familia?
—Estuvo bien, y me vino bien recobrar un poco de estabilidad. Les estoy muy agradecida, pero nunca fue igual a mi antiguo hogar. Vivir sin mi hermano se me hizo duro, aunque no me faltó de nada y aún seguimos en contacto. Desde hace dos años colaboro en un colegio llevando algunos niños difíciles, al tiempo que trabajo en un gabinete con un equipo de psicólogos realizando algunas colaboraciones; me he independizado y ahora vivo en un piso compartido con unas compañeras y la verdad es que siento que estoy bien.
—Bravo por ti. Ahora deberás enfrentarte a tu padre y escucharle. Hazme caso.
—Sí. Gracias. ¿Y qué fue de ti y de tu familia?
_Pues allí siguen mis padres, en la Colonia, yo hice una ingeniería y me independicé, pero voy a verlos. Les encantará saber de vosotros, cuando quieras vamos a la Colonia y te la enseño, sigue preciosa, siempre se habló de poner una piscina en medio, pero no quieren perder sus jardines y árboles. Pero ya no se hacen las tertulias que se hacían cuando éramos niños, eso se ha perdido, porque ya son muy mayores y la mitad falta, pero sigue siendo un sitio de ensueño, parece que allí dentro, se hubiera detenido el tiempo.
 Has sido muy amable. –dijo Paula despidiéndose. Me encantaría ir gracias y saludarles.
—Vale. Pues ya me cuentas, y estamos en contacto.
Y Paula salió con precaución por si se encontraba con aquel ser tan deteriorado que había confundido con su padre y que seguro sería tan solo un pobre vagabundo. En su recuerdo conservaba el recuerdo de un ser cariñoso al que las circunstancias de la vida le vencieron y ahora le daba miedo a pesar de que ya no era una niña que aquel ser cariñoso hubiese cambiado por culpa del dolor. Iba calle abajo absorta en sus pensamientos, con ganas de llegar junto a sus compañeras de piso cuando, justo antes de llegar a su portal, se le apareció de nuevo aquel hombre que era la sombra de lo que su padre.  Alzó las manos y le dijo:
—No te asustes mi niña. No quiero hacerte daño. Tan solo quiero hablar contigo. Lo siento tanto...–las palabras cayeron en silencio ahogadas por el llanto.
—-Yo...tú... no me has asustado –mintió Paula armándose de valor—, ha sido sólo la impresión de verte después de tanto tiempo. ¿Qué quieres?
—No, aquí no. Vayamos a una cafetería. Sé que no tengo buen aspecto para ir a un lugar público, pero...
—No importa, papá. Tranquilo, somos adultos –dijo armándose de valor y sujetándole por el brazo—. Venga, vamos.
Entraron en la cafetería se sentaron en un rincón y pidieron dos cafés con leche.
—Gracias, hija...
—No me llames hija –dijo enrabietada—. Hija no es solo a la que se concibe. Creímos que estabas muerto; nos moríamos de la preocupación. Primero la abuela, luego mamá y ¿tú? Tú, lo único que se te ocurrió fue desaparecer y ni tan siquiera has sido capaz de dar señales de vida en todo este tiempo.... –reprochó Paula sin darse cuenta de que iba alzando la voz, a cada frase, con una voz quebrada
—Lo siento. No estoy orgulloso de cómo actué; pero no podía seguir. Sé que no hay excusa, pero todo me recordaba a ella, hasta vosotros con vuestras caritas, reclamando atención me recordabais a ella, y no fui capaz de afrontar la situación..., no soportaba que me cuidaseis vosotros a mí en lugar de, al contrario.
—Fuiste un egoísta. Te fuiste cuando más te necesitábamos. ¿Acaso no recuerdas que estaban los servicios sociales detrás? Nos hacía falta tu cariño tras la pérdida de la abuela y de mamá, te fuiste, desapareciste sin dar noticias –volvió a reprocharle mirándole a la cara, intentando arrancarle una confesión.
—Ya te he dicho que no podía seguir en casa... Estuve en una casa de reposo.... se fue gastando el dinero que había ahorrado, pero no me veía con fuerzas de trabajar. Deambulé sin rumbo fijo y encontré una finca que buscaba guardés y allí me instalé tras contarle a la señora qué me había llevado hasta allí...Lo siento, pero no podía cuidar de vosotros. Allí estuve tiempo, siempre estaré agradecido a la señora que me dio cobijo y protección, aunque no resultó como ella soñaba y tras hacerse una falsa ilusión conmigo que yo no pude corresponder tuve que poner tierra de por medio. Así fue como terminé por subirme en un barco mercante. Fue muy duro, pero me mantuvo la cabeza ocupada, los meses pasados me habían ayudado a comenzar a recuperarme, pero el trabajo y tener la mente ocupada fueron determinantes en mi recuperación. Verme en altamar, a la deriva y la vida en el barco me gustó, y así fui enlazando una campaña tras otra para ir ahorrando para establecerme por mi cuenta. Y como quien no quiere la cosa así han transcurrido estos últimos 13 años. Ahora estoy preparado para volver, aunque me veas con estas pintas, tengo una casa aquí en el pueblo y quiero recuperar el tiempo perdido, estar en contacto con vosotros, saber de vosotros.
—¿Cómo es que no vas de uniforme?
—No quería llamar la atención.
—¿No querías llamar la atención? ¿Con ropa de vagabundo…no llamas la atención?
—Bueno no es lo que quería decir...verás... es que primero quería hablar con vosotros. Necesitaba saber si estabais bien... No sabía muy bien cómo hacerlo... No sabía cómo mostrarme ante vosotros, he querido acudir primero a ti, veo que estás bien. Aunque no hayáis sabido de mí, yo me puse en contacto con los servicios sociales y me pusieron al corriente, sé que has estado con una familia y te han dado unos estudios; me alegra que al menos alguien te haya dado lo que yo seguro no podía darte. En cambio, tu hermano... bueno... tuvo peor suerte…
—No te atrevas a decir nada de mi hermano, ni de mí, crecimos separados, casi trece años, ¿suerte? Si no te hubieses ido seguro que habría sido distinta su suerte…sí, yo tengo estudios, pero crecí separada de las personas más importantes que me quedaban tras la muerte de la abuela y mamá…así que no te atrevas a decir nada de nuestra vida... no te atrevas... (Y subió la voz).
—Lo siento hija, si pudiese volver el tiempo atrás, créeme que lo haría. Ahora podremos volver a empezar... dadme una oportunidad los dos; hablaré con tu hermano, no pretendo que me entendáis... sólo quiero que sepáis que ya me curé de mis heridas... y me siento fuerte para reuniros conmigo... No será fácil...yo tengo que embarcar, pero quiero que sepáis que si queréis tenéis a vuestra disposición mi hogar, el que he creado con la esperanza de volverme a reunir con vosotros…es cuanto os puedo ofrecer...
—Ahora... Ahora... ya tengo un hogar con mis compañeras, que en los últimos dos años han sido mis amigas, han hecho de hermanas, se comportan como mi familia y, además, tengo a mi familia de acogida que también son mi hogar... Y tú…, tú... –dijo enrabiada.
Se levantó y dejó a su padre sentado en el silencio del rincón de la cafetería. Iba a salir por la puerta y una fuerza invisible la hizo detenerse. Por el rabillo del ojo, echó un vistazo al hombre que triste seguía sentado en soledad y escuchó en su interior la voz de su madre que le repetía de pequeña “hija, por enfadada que estés, seguro que aún te cabe un poco de perdón en tu gigante corazón”. Dio la vuelta y regresó junto a su padre.
–…no sé qué dirá mi hermano...le aviso y a ver qué dice...
—Gracias, hija. – Intercambiaron sus números de teléfono con la promesa de seguir en contacto.
Al salir de su entrevista mandó un mensaje a David para contarle lo sucedido tras salir de su casa. David la felicitó por recapacitar tras su ataque de ira y quedaron en verse tras la nueva entrevista. Al llegar a casa habló con su hermano quien se quedó sin habla en un principio y tras escuchar el relato del encuentro con su padre terminó por acceder a encontrarse los tres. Paula envió un mensaje a su padre y le citó en el mismo bar para la tarde siguiente.
Llegó el momento que tanto habían temido todos. ¿Qué pasaría? En el aire, suspendidas, quedaban una serie de preguntas que tan solo encontrarían una respuesta si accedían a acudir a la cita que habían anhelado durante tanto tiempo. Al entrar en la cafetería, en la barra aguardaba su apuesto padre, arreglado con ropa informal que le daba una apariencia juvenil. Paula se alegró de verle en mejores condiciones y cogiendo de la mano a su hermano se acercaron hasta él. El padre, feliz de verlos, con una sonrisa invadiendo su emocionado rostro, tras un tímido saludo les invitó a sentarse.
—Ya estamos aquí. Habla.
—Hola chicos, gracias por venir, sé que esto es difícil e inesperado. Soy consciente de que no os lo puse fácil al irme y con mi acto os empujé a llevar una vida diferente a la que os correspondía. No tengo excusa y no vengo a justificarme, porque no hay nada que os pueda devolver aquello que os quité.  Solo me gustaría que de ahora en adelante poder recuperar el contacto con vosotros. Tengo una casa. Si queréis podéis vivir en ella; yo estaré embarcado la mayoría del tiempo, pero si me aceptáis, regresaré de vez en cuando a estar una temporada juntos. Además, así podréis estar juntos de nuevo. Y cuando yo vaya podremos intentar ser la familia que deberíamos haber sido. Por los gastos no os preocupéis, iré ingresando dinero a una cuenta de la que podréis disponer. Nos podemos organizar bien. ¿Qué me decís…? 

Ocultó que nunca pisó una casa de reposo donde había estado. Ocultó que había estado por deudas de juego. Ocultó que gracias a su rehabilitación pudo curarse de su adicción y le dieron la oportunidad de enrolarse.



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