Érase que se era, un
mar embravecido, y unos niños a la deriva, pero donde y cuando y en qué momento
sucedió, nunca se supo.
- ¡Sé que vas a decir
que no! Pero ¿y si pudiese ser posible? -le preguntó la pequeña Sofía a su
hermano mayor.
-Ya he probado, tanto
a babor como a estribor; ya hemos recorrido cientos de millas, y no hay manera,
seguimos dando vueltas y vueltas. –Dijo Alberto resoplando a su hermana
pequeña.
- ¡Sí, eso dices
siempre! Pero yo sé que hay una salida, no puede ser de
noche siempre, y sin luna. Tendría que amanecer en algún momento. ¿Y ese
sonido recurrente que oímos cada cierto tiempo? ¿Siempre el mismo? ¿Y esos
botes que también sentimos y que por poco no nos tiran del barco la última vez?
¡No pasan por nada! ¡Todo esto debe tener una explicación! ¡No siempre va a
haber el mismo tipo de oleaje! ¡Siempre el mismo sonido…!
- ¡Cálmate! ¡Me pones
de los nervios! Ya es suficientemente tedioso, navegar sin descanso, dando
vueltas y de noche. Además, se nos están acabando las provisiones. Recuerda
que salimos para un fin de semana y ya llevamos diez días a la deriva.
De pronto se oyó ese
tremendo estruendo que les avisaba de que iba a haber un nuevo oleaje que los
desplazaría hacia arriba, como volando. Pero esa vez fue diferente, esa vez fue
un salto espectacular y al fin comprendieron qué pasaba. ¿Habían salido de las
tripas de una ballena?
- ¡No son las tripas
de una ballena! ¡Eso era en Pinocho! ¿Te acuerdas? ¡Esto es la boca de una
botella, que de vez en cuando mueve el gigante y esta vez nos ha conseguido
sacar y nos quiere comer! ¡Aaaah! -chilló asustada Sofía señalando a la
boca del gigante.
- ¡Aaaah! -Gritó
también el hermano al tiempo, desapareciendo en su garganta.
Pero de los gritos que pegaban los niños, el gigante tosió y los expulsó por la nariz llenos de mocos.
- ¡Puafg! Dijo Sofía- ¡vaya revolcón! ¿Dónde hemos ido a parar?
- ¡Puafg! Dijo el hermano- no tengo idea, creo que es hierba mojada, tenemos que salir corriendo de aquí, pero antes nos lavaremos en esa fuente de allí, estamos todos pringosos de mocos ¡Qué asco!
Y corrieron a la fuente, se lavaron como pudieron y siguieron corriendo hasta alcanzar una colina, detrás por fin estaba el mar, vieron una embarcación y le contaron la historia al Capitán. Éste no les creyó, pero los dejó pasar por qué lo que vio fue a dos niños asustados todo mojados y perdidos.
Los niños subieron al barco, el Capitán les dió ropa seca y les llevó a un camarote donde pudieron descansar, al poco rato le llevaron también comida. El barco partió y del gigante se libraron, pero a su casa no llegaban y los niños se extrañaban y preguntaron al Capitán,- ¿cuanto falta para llegar a casa?- Y el Capitán se rió en su cara
- ¡Jajaja! Se va a retrasar un poco el viaje a vuestra casa, antes tenemos que llegar a la isla de las tortugas a por nuestro tesoro y vosotros me vais ayudar a sacarlo del pozo, nosotros somos muy grandes y no cabemos.
- ¿Si? -Dijo el hermano mayor - Entonces repartirán el tesoro con nosotros
- Claro, claro -dijo el Capitan-
Llegaron a la isla del tesoro y enseguida fueron directos al pozo, lo ataron al niño a una cuerda y lo bajaron.
- Recuerda, -le dijo el Capitán- llena la bolsa que te he dado y la atas a la cuerda
- ¡Si mi Capitán! -Dijo el niño-
El niño se admiró de los tesoros que había y llenó la bolsa y la ató a la cuerda, y la cuerda subió, y la vio bajar de nuevo, y la llenó de nuevo, así hasta veinte viajes hasta que subió el niño por fin, que presentía lo peor, creyó que lo dejarían en el fondo del pozo, con todo lo que habían pasado no se fiaba del Capitán, pero no resultó tan malo.
Por fin ya en el barco, se abrazó a su hermana, y se acostó, estaba muerto de cansancio y el barco partió y tardaron todavía una semana en llegar a casa.
Sus padres no se lo creían y lloraban y como había prometido el Capitán les dió a los niños su parte del tesoro, no resultó tan malo el Capitán ni su último viaje. Sino muy provechoso, ya nunca les faltó de nada a su familia. Y colorín colorado este cuento se acabado.